BB&Z
Tourist
Las fantasías no nacen de un día para otro.
A veces se insinúan en miradas, se filtran en juegos, se inscriben lentamente en la piel.
Putiperrita siempre tuvo un fuego especial.
Un deseo secreto de ser adorada, dominada, y completamente satisfecha… no solo por mí, su Lobo, sino por otro macho más.
Un tercero, Un perrito.
No era simple morbo.
Era una necesidad que ardía en sus ojos cada vez que me decía: “¿Te imaginas a un perro lamiéndome mientras tú me llenas?”
Y sí, me lo imaginaba.
Me lo imaginaba tanto que empezamos a construir la fantasía.
Hablábamos de ello en la cama, en el auto, en las noches de vino.
Jugábamos a que existía…
Hasta que existió.
Perrito Z apareció sin que lo buscáramos.
Pero supo exactamente dónde colocarse:
a los pies de Putiperrita,
con la mirada baja,
la lengua lista,
y las ganas de pertenecer.
La primera vez que nos acostamos los tres fue lenta… cargada de nervios, respiraciones contenidas y miradas de fuego.
Ella estaba desnuda, tendida entre nosotros.
Yo la tomaba del cuello mientras Perrito Z la lamía como si fuera un manjar divino.
Ella gemía como nunca.
Temblaba como si algo en su interior se hubiese roto… o liberado.
Y yo, su Lobo, la observaba con orgullo.
Ella era nuestra hembra.
Nuestra joya.
Nuestra Putiperrita.
Desde ese día, todo cambió.
Los encuentros se hicieron más intensos.
Más sinceros.
Más salvajes.
A veces se insinúan en miradas, se filtran en juegos, se inscriben lentamente en la piel.
Putiperrita siempre tuvo un fuego especial.
Un deseo secreto de ser adorada, dominada, y completamente satisfecha… no solo por mí, su Lobo, sino por otro macho más.
Un tercero, Un perrito.
No era simple morbo.
Era una necesidad que ardía en sus ojos cada vez que me decía: “¿Te imaginas a un perro lamiéndome mientras tú me llenas?”
Y sí, me lo imaginaba.
Me lo imaginaba tanto que empezamos a construir la fantasía.
Hablábamos de ello en la cama, en el auto, en las noches de vino.
Jugábamos a que existía…
Hasta que existió.
Perrito Z apareció sin que lo buscáramos.
Pero supo exactamente dónde colocarse:
a los pies de Putiperrita,
con la mirada baja,
la lengua lista,
y las ganas de pertenecer.
La primera vez que nos acostamos los tres fue lenta… cargada de nervios, respiraciones contenidas y miradas de fuego.
Ella estaba desnuda, tendida entre nosotros.
Yo la tomaba del cuello mientras Perrito Z la lamía como si fuera un manjar divino.
Ella gemía como nunca.
Temblaba como si algo en su interior se hubiese roto… o liberado.
Y yo, su Lobo, la observaba con orgullo.
Ella era nuestra hembra.
Nuestra joya.
Nuestra Putiperrita.
Desde ese día, todo cambió.
Los encuentros se hicieron más intensos.
Más sinceros.
Más salvajes.